Fecha de presentación: 10 de nov. de 2022
Todos lo hemos visto. El arranque repentino de la especie canina por alcanzar esa parte de su cuerpo. Cuando el conflicto inicia es chistoso, ingenuo, tierno. Si llega a morderla, la búsqueda generalmente acaba. Pero cuando la persecución dura más, cuando se vuelve realmente difícil y el animal se consume en su locura, nos preguntamos: pues, ¿qué busca? ¿Por qué de pronto eso, que es una parte de su propio cuerpo, se vuelve algo tan importante de alcanzar? ¿Es un juego, una exploración, la búsqueda por satisfacer una necesidad, una batalla? No podemos preguntárselo, pero, en mi opinión, con solo atestiguarlo el tiempo suficiente podemos sentirnos identificados.
El colectivo Danza Espontánea trae esto al Foro Roberto Méndez, Agobio de un perro buscando su cola, donde cinco bailarines y un guitarrista/bajista representan una exploración de algo que sucede en sí mismos durante un lapso de tiempo. ¿Algo? Sí, algo. No puede definirse concretamente. Los participantes narran lo que sucedió durante una experiencia. Y creo que este misterio es lo que me hace ahora escribir sin querer siquiera contarles cómo inició la obra, ni qué pasó en ella, ni cuánto duró (de hecho, esto último ni aunque quisiera, porque en la libreta donde hago apuntes ciegos sobre lo que atestiguo en el escenario tengo escrito que comenzamos a las 8:04 pm y jamás registré hora de salida), porque esta obra me hizo olvidarme de lo que hacía ahí, olvidarme de mi participación como periodista de experiencias artísticas. Tampoco hago el intento de contarlo, pues cada vez me convenzo más de que lo mejor es llegar sin otra expectativa que la de sentarse ahí a experimentar la obra que el colectivo en turno presenta. Me convenzo también de que estos espacios son para eso, para entrar y transformarse, para entrar y vivir una serie de emociones intensas que nos hacen recordar lo que es estar vivos en una realidad donde poco llega a tener sentido, una realidad absurda y, por supuesto –aunque haya quienes se esfuercen por verlo de otra forma–, una realidad compartida.
Bueno, entonces comparto un poco de lo que me pasó a mí. Me convertí en perro. Sí, tal vez uno que mira desde fuera, uno manso, quietecito, uno de esos que son algo modernos, que pone su celular en silencio y hace caso de no tomar fotos de lo que sucede ahí, porque se respeta el misterio y la magia del lugar. Me transformé en un perro que entendía algo sobre el agobio de su propia especie gracias al colectivo, a la música, a la guitarra y el bajo, a la iluminación, a los juegos con el humo y las proyecciones, a los ladridos, aullidos, gemidos, monólogos. Me convertí en perro gracias a su viaje, a su exploración-búsqueda-batalla. Gracias a Natanael Barajas, Carlos Murguía, Ricardo Barreto, Carlos Contreras (guitarra y bajo), Saúl “Saucho” Medina y Carlos García, coordinados por Claudia Landavazo, pude nuevamente entrar al foro para transformarme, que es, sin duda, la razón por la cual voy en primer lugar: para darme el placer de ser otro, otra, otra cosa, otro animal, otras palabras, otras experiencias.