sobre ciertas cosas que ocurrieron
el 1ero de diciembre de 2022
Qué importante es tener buenas herramientas de trabajo. En mi caso, como he dicho antes, viene siendo la pluma y la libreta. Hago mis apuntes ciegos y luego, cuando ya me siento a escribir, armo el rompecabezas. Las palabras evocan el momento, las impresiones, los rostros del público. Si alguien me viera mientras escribo todas estas notas se diera cuenta que paso gran parte del tiempo viendo el techo o la equina donde se acumula el polvo. Evocando a partir de los apuntes. Pero pasó ayer que salí corriendo de mi casa porque me enteré que Chucho Díaz estaba dando un taller de clown y yo quise tomarlo. Por la prisa me olvidé de mi pluma, y cuando llegó la noche y el show estaba por empezar tuve que pedir una. A mí no me gusta pedir estas cosas. Me hace sentir como un pintor de paredes que llega a la casa en donde lo contrataron para pintar y pide la brocha. En fin, me prestaron la pluma, agradecí mirando una mancha en mi zapato y me fui a sentar en una banca, listo para registrar.
El patio estaba lleno. No había niñxs esta vez. Mientras llegaba la tercera llamada, yo platicaba con dos amigos, Christian y José, sobre los viajes psicodélicos, el DMT, el sapito, la ayahuasca, visiones, entendimientos, viajes trascendentales, los malos trips, experiencias que nos cambiaron para siempre. Luego comenzó. Y aquí se presentó mi segundo problema. La pluma no escribía.
Habrá quienes piensen que esto no presenta mayor problema, a fin de cuentas, todo es subjetivo, hay que hacerlo parecer como si todo fuera un hecho irrevocable, y listo, la gente lo va a creer. Así funcionan todos los medios. Incluso todo lo que nos platicamos entre nosotros. Ese es el principio de la comunicación. De hecho… Perdón, me estoy desviando…
[Este es un ejemplo de lo que pasa cuando no puedo escribir en mi libreta. Me distraigo en mis propias ideas. Fantaseo. Imagino. Me da fiebre ideológica. Chucho ya había empezado a tocar la armónica y yo movía el pie pensando en los orígenes del blues, preguntándome qué hacía un perchero en el escenario (pues todo objeto es una herramienta que debe usarse a toda costa, nos explicaba en el taller unas horas antes), preguntándome qué tipo de armónica era esa, cuánto tiempo le había tomado para aprender a tocar tan bien, etc., un largo etcétera.)
Me empeñé en continuar mis apuntes. El público comenzó silencioso, quizás porque nada parecía salirle como estaba planeado. El sombrero no aterrizaba en el perchero, los malabares se le caían, las baladas que tocaba se le olvidaban y eran en general tristes. El acto no está funcionando, pensé, pero luego Chucho contó una historia sobre una ocasión en que él y su madre decidieron ir al teatro, y dijo: “No entendíamos nada. Y por eso supe que la obra era buena, porque cuando entiendes algo es mal teatro”. Me pareció que aquí había una pista.
Las personas poco a poco comenzaron a salir del letargo. Escuchaba risas. Chucho, entre acto y acto, invitaba al público a ser parte de su obra y esto parecía gustarles a todos. Consciente o inconscientemente cualquiera vive con el deseo de ser notadx, reconocidx, de tener una destreza que las personas aplaudan. Y en el acto de “Solo un payaso” de Chucho Díaz encontraban esto. De pronto entendí. El fracaso de los performances acrobáticos podrían ser parte de su número. La historia de este clown es entonces la de aquel ser que se esfuerza por traer al público historias de desamor, actos de ingenuidad y baladas tristes que tienen ante todo el objetivo de hacernos reír porque confía en que la fuerza de la risa tiene la capacidad de vencer cualquier malestar.
Entender esto me había llevado varios corajes con la pluma. Hubo un momento en que despotriqué mentalmente contra todo lo que vendían en Office Depot, marca que venía rotulada en la pluma con un plateado brillante y triunfal. La cabeza comenzó a dolerme por tratar de poner toda mi atención en el acto y las reacciones del público. O me dolió por fallar tantas veces en el intento. Afortunadamente, Chucho ya me había enseñado algo al respecto.
Fui por una cheve. Me di cuenta que ya se sentía el sabor de fin de semana. Me fui encontrando a más raza conocida. En un ambiente totalmente social, me involucré en conversaciones sobre el acto de Chucho, sobre su taller de clown, sobre lo que venía en los siguientes días que ya habían sido anunciados como los mejores del festival. En eso, Santy Lo Music ya había tomado posesión del escenario y comenzaron. Una vocalista y su banda.
Había algo familiar en el sonido. José me dijo que lo hacía sentir nostalgia. Que todo le recordaba a su pareja por las letras de las canciones. Era como estar en el interior de una estación de radio con puras canciones románticas, una estación que de vez en cuando cumple caprichos y tocan “Hotel California”. Sonidos arraigados en las circunvoluciones cerebrales de la población mundial. El dolor de cabeza se me fue quitando. Me parecía extraño que este evento fuera parte del festival. Me hice preguntas. Basta, dije. Yo y mis dolorcitos craneales autoinfligidos. El público parecía disfrutarlo. Me daba la impresión de que Santy Lo Music era una artista emergente, una artista que cantaba covers y también escribía canciones en colaboración con su primo que era el guitarrista de la banda. Entonces me dije: porqué sería extraño que esto suceda aquí, si este festival parece tener algo para todos.
Santy Lo Music siguió tocando. Me pregunté que tanto sabía sobre el fracaso y, lo más importante, qué tanto sabía sobre la apropiación del fracaso como parte de la ejecución artística. Por mi parte, decidí irme en ese momento, convencido de que a la siguiente mañana iría temprano a comprar un paquete de plumas deficientes al Office Depot.