sobre lo ocurrido el 4 de diciembre de 2022
Había un rectángulo en el suelo cubierto por una tela gris. Llegué a sentarme lo más cerca que pude. El público esperaba conversando, tomando quizás las últimas cervezas del fin de semana. Era domingo y en el patio percibí ese aire nostálgico de la borrachera, cuando se realiza el recuento de la noche anterior. Había música y esta poco a poco fue tornándose más tensa, lo noté poco antes de que cuatro personas entraran y tomaran posesión en el escenario.
Comenzaron sentadxs. Hacían contacto visual y esperaban. El público, incluyéndome, sostenía la mirada. ¿Qué había en sus ojos? Una historia encubierta que intentábamos descifrar en ese puente de alta tensión visual. La música fue acelerándose y lo mismo sus movimientos. Su vestimenta era una extensión de su trote nocturno entre los humores de la urbanidad. Me hacía pensar en los antros. La nostalgia dominguera se había esfumado. Viajamos al epicentro de una pista de baile, donde la sexualidad ya era libre, frenética, desmesurada.
Impropio, ser alienante de Margarita Danza Aquí, dirigida por David Barrón, me llevó a la condición compleja del aferre a la intensidad que brinda la fiesta, la música, la compañía. ¿Qué le hemos pedido a la noche cuando buscamos en las miradas desconocidas la posibilidad de un encuentro que desborde el aburrimiento de nuestras rutinas? El público se mantenía curioso, tenso y, de pronto, liberaban sus risas causadas por la interacción con lxs bailarinxs en pleno patio, entre luces que se atenuaban. Cuando menos lxs esperabas ya estaban junto a ti, sentadxs en tus piernas, incluyéndote en su búsqueda, contagiándote (esto no lo digo en sentido figurado, el público bailó y compartió esos reflejos de lujuria lunar).
Impropio, ser alienante se adentraba en la desesperación y las soledades que usualmente generan estas búsquedas. Cuando vamos de fiesta y decimos que sí a los excesos, cuando llegan estos momentos de reflexión laberíntica y delirante. Hubo un momento en que David Barrón, en un solo sobre el escenario, me provocó ternura al verme entonces en esos recuerdos que seguramente no pertenezcan solo al pasado, me habló de esas intenciones mías por encontrarme en otros cuerpos, en otros roces, en buscar que la realidad se vuelva más real, más intensa, para despertar repentinamente del delirio y cuestionarme, en medio de la fiesta, de la música reventando mis tímpanos, en mi cuerpo sudado, cuestionarme si esta búsqueda es tan absurda y tan necesaria como parece.
El ritmo, tarde o temprano, tiene que bajar. Y en Impropio todo volvió al inicio, a los cuerpos sentados, a la escucha de la misma canción inicial, entre una atenuación de las luces. Fue entonces cuando lxs sumergimos en aplausos. Se despidieron.
El Mentidero y La Compañía Teatral del Norte agradecieron su participación y pasaron al reconocimiento general de las personas que con su esfuerzo hicieron un encuentro como este posible, a lxs voluntarixs, a lxs expectadorxs y participantes. Establecieron su contento de haber llevado a cabo por primera vez un festival internacional de artes escénicas en Hermosillo y prometieron buscar la mejora continua en los años siguientes. Yo me sentí enormemente feliz de que acabara, había sido testigo de los semblantes agotados de lxs organizadorxs, que trabajaban sin parar para que todo funcionara. Después llegó Villa Rosales con jazz latino. Fue el merecido cierre. Lo viví bailando, hasta que tuve que tomar una decisión entre mover mis pies o mis ojos. Preferí detenerme a mirar. Atestiguar el éxito. El patio estaba lleno. Público y artistas bailaban con una enorme sonrisa en el rostro, agradeciendo quién sabe qué cosa. La empatía, la amistad, la presencia, la libertad, la verdadera riqueza. ¿Qué más?