lo que ocurrió el 29 de noviembre de 2022
Cuando cruzas el umbral de El Mentidero, si ya tienes experiencia, tu cuerpo entero reacciona, se prepara. Me di cuenta de esto al llegar. Mi cuerpo se movía diferente. La emoción me volvía torpe, quería saludar a todos, pero nomás les sonreía y quizás varios pensaban que los miraba un desquiciado. Cómo discutírselo.
Busqué un asiento sin dejar de ver el escenario. Anunciaron a la Sensacional Orquesta Lavadero y 5 personas salieron a sentarse, cada quien en su silla. Cuatro hombres y una mujer. Todos vestidos al estilo vodevil, de negro, elegantes, solemne expresión en sus rostros. Alguien junto a mí le pregunto a otra persona del público qué era esto y ella respondió: es una orquesta de clowns. Guitarra electroacústica, dos lavaderos manuales (uno con platillo), un acordeón, una armónica.
Había dicho del día anterior que los clowns sacaban nuestra energía infantil, la energía desbocada, pero no mencioné que de hecho existen diversos tipos de clowns y la Sensacional Orquesta Lavadero es un ejemplo de ello. Ya les explico por qué. Comenzaron a tocar.
Por primera vez vi cómo era un show de clowns en grupo y, a la par de las canciones de jazz, tocadas con gran destreza, mantenían una dinámica que me hacía imaginar una vida entera entre ellos, una familia de seres originalmente ingeniosos que iban por el mundo dando un espectáculo musical o haciendo el intento de darlo, de dar un concierto sin que algo saliera mal, elemento pilar de sus bromas, pues, ya fuera el inocente, el recatado, el arrogante, la pícara o el travieso, alguno de ellos encontraba una traba que darle a cada canción. Mi descripción de cada uno deja mucho de decir, por supuesto. En una personalidad siempre hay más. El individuo se compone de matices, solo hace falta ponerle atención para notar la complejidad de una persona. Con esto quiero decir que cada personaje de la Sensacional Orquesta Lavadero implicaba un agudo trabajo de personificación, razón por la cual me parece que su espectáculo es sumamente bueno.
En el momento no pensaba esto, claro, me la pasé cagado de risa. Feliz de ver cómo todos nos reíamos del ingenio de sus bromas, de su performance. Nadie quería que se fueran. Pero así lo hicieron. Todo tiene un fin. Así las cosas.
Por suerte, aquí no acababa el día dos del festival. A continuación, la banda hermosillense de ska-punk Desband se preparaba. Dos guitarras eléctricas, dos sax, un bajo, una bataca, un teclado, una trompeta y el vocalista. Cuando comenzaron a tocar el baile fue inmediato. Todo se iluminaba con tonos rojos y azules. El humo siempre juega un papel místico en el escenario, pero sobre todas las cosas dominaba el estado relajado y, a la vez, explosivo de los músicos que nos hacía olvidarnos del frío.
La suela de los zapatos se deformaba bajo el peso de los danzantes ante canciones de una banda que emanaba nostalgia de llevar alrededor de 15 años tocando, una banda que seguiría “hasta que el cuerpo aguante”, llevando adelante su sueño de traer música y diversión a quien los escuche, con mensajes como “hay que ser como los niños que tienen por prioridad divertirse, que se caen y se vuelven a levantar y que siguen adelante, aunque queden marcados por las heridas”.
Había quienes dejaban de bailar, quienes iban a comprarse una cheve o se sentaban a fumarse un cigarro en alguna de las bancas, pero hubo dos que continuaron. Ellos se llevaron la noche. Sudados entre el frío desértico que ya es decembrino, ahí estaban. Los danzantes, los que bailan sin parar, los que se olvidan de todo, los que se vacían en el movimiento, los presentes, los que no les hace falta nada más, los completos.
Desband se despidió con una canción que existe en todo el mundo. La he escuchado en varios idiomas. Y me gusta no saber cómo se llama. Hay un misterio por delante. Una diversión que me gusta encarar.
Y así se acabó la noche.
Con energía.
En una explosión de poder.
Qué bello describes todo. Gracias por esta reseña que transporta y hasta se puede oír la música a través de ella.