sobre lo que ocurrió el 03 de diciembre de 2022
Quise sentarme lo más cerca al escenario posible. Esta práctica la tengo presente desde que comencé a ir a eventos en vivo. Sé muy bien que de lejos no es posible apreciar el pulso de las cosas que suceden en ese espacio donde, si bien les va o si el trabajo es efectivo, lxs alquimistas transforman el movimiento, la voz, la escenificación en oro puro.
Bueno, quizás sea mejor mantener una visión más austera al respecto. Sé muy bien que el arte no es oro, en especial si consideramos que es menor el número de artistas que pueden pagar con sus actos la luz, la renta, el agua y algunos placeres esenciales como una buena comida, un buen trago y unas dignas vacaciones de vez en cuando. Sin embargo, quienes deciden hacer esto saben que el beneficio –que se ha impuesto en la vida ya como una necesidad, la necesidad de experimentar la vida a través del arte– llega a ser mucho más poderoso que cualquier beneficio monetario. Y esto, como hemos visto en el festival DMT, presenta entonces posibilidades caleidoscópicas para generar y presentar temáticas, estilos, movimientos, discursos, críticas, entretenimientos.
El sexto día en el Festival Internacional de Artes Escénicas ha sido, a mi parecer, el que ha ofrecido la variedad más rica de eventos, no porque los shows hayan superado todos los anteriores, sino porque han sido, precisamente, los más diferentes entre sí.
Poco antes de las 6 pm, un tipo iba y venía entre la gente, buscando algo que parecía haber perdido. Lo cierto es que extrañaba su mirada, invadía. Yo pensé: quién sabe qué ande buscando, pero vale más que se siente porque esto empezará en cualquier momento. Al tipo no le importaba nada. Se aferró. Luego se metió al escenario. Y pensé: bueno, cuando el teatro es al aire libre y el espacio de actuación está al alcance de cualquier caminante, hay que esperar este tipo de consecuencias. Pero luego el muy sinvergüenza se pegaba al piso y le llamaba a la gente para que le ayudara a buscar lo que fuera que se le hubiera perdido. Así la cosas. El teatro llama a los desquiciados.
Este fue el inicio de Consceqüències, la obra que trae el grupo CIA MOVEO de Barcelona. Y a través de la participación del público, también integrado por otros miembros de la compañía que inesperadamente eran llamados a escena, la obra iba creciendo. Se trataba, primero, de una búsqueda. Lo que buscaban parecía ser una energía placentera que derivaba de un sonido. De esta forma, dos mujeres y tres hombres vivían el efecto musical de esta energía que mostraba, unas veces, un fino erotismo y, otras, una serie de consecuencias violentas, frenéticas y humorísticas exploradas con el cuerpo y el movimiento. Compartían un continuum, todxs estaban energéticamente conectadxs.
En eso estaba cuando uno de ellos se acercó a mí y me pidió que intentara escuchar. Dejé mi libreta, me eché al suelo y pegué mi oído al escenario. ¿Qué fue lo que escuché?
La madera crujía con los pasos de otrxs espectadorxs que hacían lo mismo que yo. Lxs bailarinxs-actores se nos unieron y todo se volvió un mismo sonido. Eso era. La certeza de que compartíamos esto, el delirio de estar vivos, de poder reír de lo que no tenía sentido y, más adelante, de experimentar algo que no podía explicarse con palabras sino con gestos, con la narrativa de nuestros cuerpos que tomaban un espacio común y con la emoción climática de poder convivirlo.
Vi lágrimas en los ojos de una espectadora que aplaudía mientras CIA MOVEO daba el agradecimiento al público y al escenario. Se despidieron. La pausa sirvió para esto, para dejar que la emotividad se asentara en el estómago y las lágrimas se secaran. Lo que fue muy necesario para atestiguar la entrada de Rubbish Rabbit, una entrada que involucró a dos hombres en ropa interior, caminando alrededor del público, ganándose unx que otrx voyeur que miraba directo a sus genitales cubiertos apenas por una trusita blanca.
Un guitarrista tocaba acompañado de un armonioso sonido de pájaros en canto, mientras los hombres se vestían de traje negro para convertirse en los clowns más caóticos que he conocido en mi vida. Rubbish Rabbit de Tony Clifton Circus Show, como ellos mismos aclararon, era un show incomprendido en Italia, repudiado por las madres italianas, un espectáculo en donde lo políticamente correcto era una estupidez y, sobre todas las cosas, un evento que respetaba la naturaleza destructiva y caótica de la infancia.
A través de bromas absurdas, sin sentido, fuegos pirotécnicos, la destrucción, la quema y el tasajeo de una barbie, nos mantuvieron a la mayoría riendo. Por supuesto, me mantuve atento de los rostros que atestiguaban con repulsión ciertas bromas, el terror en sus ojos, la desaprobación expuesta por medio de reacciones negativas que en ningún momento terminaron en el abandono de la sala.
El show creció no solo en el ruido, la música y las bromas, sino también en el mensaje, pues, al llegar al final, entendí que había una lógica política detrás de todo ello, la cual planteaba lo mierda que es el poder disfrazado o encubierto bajo el concepto de la democracia. Con su broma final, los clowns, cansados de ser presa de la risa general, se convertían en los vengadores de años y años de la victimización de sus colegas, y alternaban su condición para lograr que alguien en el público, un público cínico, recibiera esta vez el pastel de crema en el rostro. Les tocaba ahora a los clowns reír, y aterrorizaban a todxs mientras esperábamos el pastelazo. “¿El poder es una mierda, ¿no?”, dijo quien tenía el pastel de crema en la mano entre un discurso que mencionaba a la revolución francesa. Finalmente, alguien recibió el pastelazo. Mariano se paró entonces, con la cara cubierta por crema batida, a vengarse de los clowns y acabó en el suelo, muerto por el disparo de una pistola de plástico.
Todo el show es así. A mi parecer, un espectáculo finamente planeado que ejercita el discurso de lo caótico para que el público ría y entienda el funcionamiento de la lógica del poder contemporáneo. Lo que nos lleva ahora a la obra final La tuba de Goyo Trejo: el juicio, el cual presenta un discurso similar, pero una ejecución muy diferente, una ejecución que comenzó con la atizada del carbón para una carne asada y los personajes desplazándose entre nosotros. El dramaturgo Sergio Galindo y el resto de actores de La Compañía Teatral del Norte cuentan una historia que se complica gracias a las diversas versiones de un crimen. La obra vuelve partícipe al público no solo a través de la constante interacción de los personajes con él, sino también gracias al deguste de alimentos, por ejemplo, una bandeja de queso fresco que se pasaba de mano en mano.
Totalmente inmerso, fue gracias a esta obra que entendí lo importante de recordar que todo suceso en la vida es visto a través de un caleidoscopio. Los colores, los patrones, el rompimiento de las voces y los rumores al momento de interpretar esta como cualquier historia están presentes y eso termina por entintar nuestro juicio. Así, se termina por esclarecer el funcionamiento de la política en México, en donde lxs candidatxs que anhelan el poder se arman de mecanismos huecos para ganarse la esperanza de los votantes. Cheve y despensa. Esto, a mi parecer, fue el mensaje más fuerte de la obra, sin embargo, había mucho más. Como Sonorense me vi en constante diálogo con nuestras tradiciones, nuestro humor, nuestra gastronomía y nuestro idioma regional que enriquece hasta lo barroco al español.
La obra cerró con una risotada general, con una frase que llevo oyendo años en mi familia, “lo que sea de cada quién, qué buen herrero es Gumersindo”, una frase que utilizamos para redimir lo irredimible.
Terminé el penúltimo día del festival con el rostro adolorido de tanto reír, con un entendimiento más claro del tiempo en el que vivo, con el sabor de carne asada y cerveza en el paladar.