Sobre la obra que tuvo lugar el 28 de diciembre de 2022
¿Qué se puede agregar de una obra que lleva 27 años escenificándose? Preguntarnos, quizás, si aún tiene validez en nuestra cambiante modernidad. Ahora me da por recordar las palabras de un escritor polaco, Witold Gombrowicz, cuando escribió: “La cultura infantiliza al hombre (dónde dice hombre léase individuo, ser humano, persona, etc.) porque ella tiende a desarrollarse mecánicamente y por lo tanto le supera y se aleja de él”. ¿Qué quiso decir con esto?
Primero lo primero. Aquí ya conviene hacer una distinción elemental entre lo que es cultura y lo que es arte. Me gusta pensar que Gombrowicz conocía bien esta distinción, pero me doy cuenta en mis andanzas de que la confusión entre un término y otro es común. No busco que esto adquiera tintes didácticos. Ni regaño ni cátedra. Si ahora quiero destacar la diferencia es por una razón práctica. La cultura es algo mucho más amplio en cuanto a su concepción y operación que el arte. Y en una región donde el arte recibe tan pobre apoyo monetario por parte de las instituciones que debieran ser pertinentes y relevantes en cuanto al respaldo de la producción artística, cuando menos, me parece muy importante destacar la diferencia. Porque si se ponen a apoyar la cultura, jamás se la acaban; entender que por arte me refiero ahora al teatro (que entra en las artes escénicas, pero también literarias, mismas que incluyen al cuento, el relato, la poesía y la novela), la danza, la pintura, la música, el cine y no a las artesanías o los movimientos sociales o la idiosincrasia de un pueblo, que son, ahora sí, parte de la cultura, quizás sea efectivo. Hay que achicar la cancha, chance y así no tiembla tanto la mano que reparte los billetes. Ahora, volviendo a la cultura, es por eso, por su cualidad monumental que rebasa la planeación humana, por lo que Gombrowicz dice tal cosa. Infantiliza porque a fin de cuentas es ella quien nos lleva de la mano.
Si brincamos de esta idea a Güevos Rancheros y la pregunta sobre su vigencia es posible continuar sin realizar un salto desmesurado, pues la obra de Sergio Galindo estrenada por primera vez hace 27 años habla precisamente de esta infantilización. Porque, en boca de sus personajes, dos títeres charreros, una madre martirizada por el huevonismo de su hijo, otra mujer más joven que termina por continuar la misma condición al emparejarse con dicho huevón y, por su puesto, el tan mencionado huevón, se manifiestan los estragos de una cultura en donde el machismo y la falta de oportunidades encuentran una justificación en lo jodido de nuestra realidad.
Fue absurdo ver a un hombre adulto comportarse como un niño cuyas talegas pesaban toneladas. Al ver la obra me preguntaba si Mundo, el personaje que representaba la pereza adorada, había sido interpretado por el mismo actor a través de los años. De haber sido el caso, el actor entonces había crecido con la obra. Y esto me pareció muy atinado, porque aquí precisamente la vigencia surte efecto a un grado alarmante. Lo que se veía hace 27 años en Huevos rancheros (el cinismo del varón que explota a su madre, la madre que acepta con una esperanza rota la consecuencias de un encuentro sexual cuyo origen permanece en incógnito, el amor ciego de una mujer que parece confundir el oro con los alambres corroídos por el óxido, y el par de títeres que entre charras permiten entrever que la única forma de progresar es por medio del chaqueterismo político) hoy manifiesta en vivo, con una vitalidad que pone en práctica la premisa “da risa porque es cierto”, la crítica a nuestra cultura sonorense. Una crítica que, nuevamente, encuentra su lugar en la sátira, la ironía y el humor que caracterizan a otras obras del mismo autor.
Infantiliza al ser humano porque se desarrolla mecánicamente –escribió para referirse a la cultura aquel polaco alrededor de 1937– lo sobrepasa y se aleja de él. Estas palabras, al igual que la obra de Galindo, siguen vigentes porque señalan un aspecto verdadero. La cultura es algo que siempre se nos escapa. Cuando entendemos sus efectos ya está en otra parte. Aun así, la perseguimos para entenderla por una razón obvia. Conviene preguntarnos qué tipo de cultura tenemos. Preguntarnos si en nuestra condición de infantes al respecto, nuestra cultura nos ayudará a cruzar la calle o nos dejará parados en plena avenida para ser arrollados por un camión, uno de esos que tienen junto al escape del motor un par de testículos grandes y pesados. Vaya ironía del conductor