por Luis Enrique Araoz
10 de nov. de 22
Eran las 8:57 de la noche, la obra acababa de terminar y salí de El Mentidero apresurado. ¿Por qué la prisa? ¿Por qué no quedarme a hablar con los artistas sobre su trabajo, sobre su experiencia, sus antecedentes, sus propósitos, su futuro? ¿Por qué no escuchar lo que el público tenía que decir al respecto?
De camino a casa, entendí algo sobre la obra que acababa de atestiguar, una obra hecha, en sí, de varias obras que sucedían una después de otra. Y lo que entendí sobre la danza contemporánea quizás podría aplicarse en este caso a la pintura abstracta, al cine experimental y, de hecho, me atrevería a decir, al arte que funciona a partir de una lógica no lineal o una lógica que no se presenta de forma tan clara. Entendí que muchas veces hablar con quien crea estas obras es una manera de buscar respuestas, de lidiar con la confusión. Porque generalmente buscamos eso, buscamos que las respuestas estén ahí al momento de tener todas estas preguntas.
¿Qué es esto? ¿De qué trata? ¿Por qué esta música? ¿Por qué esos movimientos? ¿Por qué estos colores, este vestuario, esta iluminación? ¿Qué me quieren decir?
Veamos, esto comenzó así. Son las 8:06 pm. Estoy en el interior del foro Roberto Méndez en el teatro El Mentidero. En ese minuto, anuncian que Tania Alday no podrá presentar su acto, y luego dan la tercera llamada. Las luces se atenúan hasta la penumbra. Comenzamos.
El grupo de danza contemporánea Somos escena presenta Rutas Alternas de su programa de Obras cortas. Puedo leer esto en una proyección al fondo del escenario.
Ahora: oscuridad.
Shht-sht. Escucho. Luces cálidas. Un rostro aparece por una de las puertas laterales en el lado izquierdo del escenario. Otro emerge, interrogante, por la entrada derecha. Ella sale, se dirige al proscenio en busca de la fuente del llamado y, shht-sht, descubre que alguien está detrás. ¿Quién? Otra bailarina, sí, pero, ¿qué hacen? La danza de una es el reflejo de la otra. ¿Quién conduce? ¿Quién obedece? Observar a Aura Domínguez y Miriam Marcor en “Rojo número 9” me hace, de pronto, sentir terror. ¿Por qué? Quizás algo en su coreografía, en sus gestos y en la música que eligieron me hace pensar en esa parte mía, de mi identidad, con la cual estoy tantas veces en conflicto y tantas otras en armonía. Aquí hay, como dije, terror, conflicto, rivalidad, pero también humor, camaradería, juego. La dualidad se explora por medio de diversos movimientos, sonidos, canciones, e incluso un fragmento del discurso de El gran dictador (1940) de Charles Chaplin.
A las 8:18 bajan la tela de proyección para dar inicio a “En trazos” (o En trozos, un cambio tipográfico repentino en el título adelanta el enfoque temático del segmento) de Joel Durazo. Escucho el piano, la música contemplativa, sensible, y veo ilustraciones en donde seres se presentan ante nosotros, seres con tintes fantásticos, oníricos, cyberpunk, seres que brindan una entrada en su propio mundo, en el cual coexisten la oscuridad, el dolor, la soledad, la duda, la firme intención de ser, de permitirse ser. ¿Qué hay en la mente del artista? ¿En qué pensaba al realizar las ilustraciones y elegirlas para esta presentación? El autor nos permite entrever: la imagen titulada “Autorretrato” es alguien con heridas suturadas, manchas de sangre en el rostro, la mirada tranquila, mirando algo que nosotros no podemos ver.
A las 8:32 vuelven Aura y Miriam. Ahora su danza va de los movimientos violentos a los suaves. Escucho el sonido de su respiración. En sus semblantes veo una gran diferencia respecto a su número anterior. Son ellas, pero no son las mismas. En “Fuga” exploran algo que interpreto dramático. ¿Qué es esto? Rencor, violencia, suavidad, psicodelia, erotismo. Reconozco la música de Pink Floyd, “Careful with that axe, Eugene”. Movimiento bañado por luz roja, azul, morada. Esta pieza me recuerda a los viajes ácidos, la subida, la paranoia, el clímax, el descenso, el retorno, el reconocimiento, la conclusión.
8:38. Ahora otros dos cuerpos en cuclillas en el escenario, ella de frente, él de espaldas. No puedo ver ningún rostro. El ruido de la lluvia. Pulsaciones cardiacas que dan vida a un cuerpo. Más aún: a algo que parece estar en el interior del cuerpo de Ana Paula Ornelas, algo que quiere salir, algo atrapado en sus costillas, en sus omóplatos, en sus huesos y sus nervios. Una red que corre por sus brazos y piernas refuerza la idea de que algo está en cautiverio y, a través del movimiento, logrará liberarse, logrará llegar, según nos indica ella misma a través de un breve diálogo entablado con Christian Durazo, quien se desplaza a su alrededor y la mira, curioso a veces, estoico otras. Un personaje ensimismado que de una u otra forma quiere conectar con el cuerpo que también se desplaza a distintos ritmos por el escenario. La música original para esta pieza hecha por Tino Romero y el set de proyecciones dinámicas que cambian según el avance, te llevan en su proceso, su búsqueda, su camino, su liberación.
Salí a las 8:57. Las personas hablaban en el patio central de El Mentidero. Era una noche agradable, la luna brillaba como neón. Vi algunas nubes, algunas estrellas. Podría quedarme a conocer más de los y las artistas, pensé, podría acercarme y saber más sobre sus procesos, sobre su proyecto, saber si es acertado pensar que la obra en general, compuesta por segmentos, trata sobre los procesos internos que cada individuo debe atravesar de un momento a otro. Procesos de confusión, de dolor, de alegría, de humor, de acompañamiento, de soledad. Pero no, concluyo, lo mejor es que me vaya. Que me vaya con todas estas preguntas. Y que las respuestas sean diferentes cada vez que recuerde la obra propuesta por Somos Escena. Que estas preguntas me hagan encontrarlos otra vez. Que así sea.
¡Qué espontaneidad en el pensamiento y la escritura! Revela una actitud atenta y perceptiva frente a la complejidad de la danza contemporánra. Una expresión artística que, por otra parte, se refresca por medio de Somos Escena.